jueves, 7 de marzo de 2013

Muere la flor


Se muere la flor, y nada queda de su belleza, de lo que gustó, de sus perfumes, de los aires de una juventud que fue toda ella lozanía y encanto. Se muere, y un poco muere el mundo, el universo, el sentido de lo que consideramos bello.

Se agotan los últimos instantes de la hermosura de una flor que fue intención e intuición, creatividad y entereza, con un barco de presencias hacia un infinito de inmensa eternidad.

Caemos, callamos, todo se agota, termina el ciclo, y la apuesta con los parámetros conocidos concluye con unos síntomas que están pendientes de un determinismo que nos gana. Es normal que sea así.

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