miércoles, 8 de abril de 2009

En la tristeza infinita

Ha muerto Mari Trini. Podría decir todo y, con todo, no diría nada de lo que necesitaría expresar en estos instantes de dolor. Con ella muere parte de una época muy vital, muy feliz, muy romántica. Nunca supimos quién era “ésa”, pero sí supimos quiénes éramos nosotros a través de sus melodías.

La noticia me ha asaltado de madrugada, cuando muere la noche, que, hoy, precipita también la tristeza y la melancolía de la jornada. Ya sé que no podré atravesar esos “caminos entre montañas” de la niñez lejana.

Muchos recuerdos se agolpan con la llamada a la cordura que supone la muerte de alguien tan cercano al corazón como ha sido Mari Trini. No hay edad cuando llega este trance. No puede haberla. Morimos un poco todos en días como éste.

Las heroínas, como los héroes, no deberían fallecer nunca, pues, al marcharse, nosotros nos sentimos más huérfanos, más débiles, más frágiles. Por supuesto, ante el hecho de la tragedia de la muerte, me digo que ésta no debería llegar en Primavera, quizá la época más injusta para irnos de este planeta azul. Cuando es así, nos mostramos como a contrapelo de la Naturaleza, y ello nos hace recordar, como en los últimos momentos de Machado, “esos días azules y ese sol de la infancia”.

Ha muerto Mari Trini, se nos ha ido de esta dimensión física, y con ella ese viaje en R-20 en el que entendía la dicha de mi tío, un auténtico enamorado de sus canciones, de sus sentimientos, como cientos de miles de su generación y de la mía. Dicen las crónicas que deja 25 discos de éxitos, y un “escúchame” que tendrá ecos eternos, añado yo, pero lo que ahora me pregunto es cómo le contaré a un buen amigo que la singladura dulce y sincera de Mari Trini, desde hoy, ya no será como antes. La tristeza es infinita.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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