Comienza el día mientras sabemos que alguien menos nos
acompaña en lo físico. La vida tiene estos trances, que conoces más conforme
pasan los años. Normalizamos mediante la "socialización" los
conceptos y los métodos que nos imponemos o que resultan de la pura naturaleza
de las cosas.
Abonamos las horas venideras con la esperanza de un aprendizaje y de un
reencuentro en lo bueno que nos impulse por las veredas que nos mostraron
nuestros ancestros, que siempre quisieron, y
aún estiman, lo mejor para nosotros.
Las sendas de la docencia son a menudo difíciles,
pero nos aportan ese hábito que nos arregla los corazones y nos explica buena
parte del trayecto.
La sencillez nos acompaña toda la existencia. Lo
que ocurre es que no siempre la queremos ver como tal. Nos debemos esforzar a
lo largo de los años para que las importancias se establezcan en su sitio
oportuno.
Los valores del honor, de la decencia, de la
honestidad, de la amistad, de la voluntad y del esfuerzo compartido nos regalan
"empatías" que nos emplazan a seguir por el mismo itinerario en
reiteradas ocasiones.
La experiencia nos provoca que lo veamos así
conforme transcurren los años. Es un regalo, en ese sentido, el suceder de los
días, que nos ubican en la perspectiva precisa. Al final, y al principio,
quedan los sentimientos reales.
Por eso, de vez en cuando, a modo de renovación de
votos, nos hemos de manifestar la valía histórica y las motivaciones por las
que nos encontramos aquí. Hacer el bien y vivir son dos de las máximas.
Comenzar con estos pensamientos ayuda enormemente. Prueben.
Juan TOMÁS FRUTOS.