Creo que a
lo largo de toda la vida andamos buscando una serie de circunstancias que nos
den la oportunidad de estar en paz con nosotros mismos, que nos indiquen que
nos hemos realizado de manera oportuna. No siempre sabemos lo que es, lo que instintivamente
necesitamos, como dirían los U-2 con sus corazones irlandeses, tan queridos,
pero lo cierto es que el afán está ahí.
Buscamos la paz, el equilibrio, la empatía, la voluntad de cambio para mejor, para entendernos, para poder ser nosotros mismos. Toda la existencia es así. Parece lógico. Hemos de reseñar, aunque sea con presentimientos, todo lo que nos merece la pena. Hablemos sobre lo que pretendemos. La vida es un intento continuo, y en ello hemos de estar. El consejo es proseguir aunque nos cueste, aunque las cuestiones se salden con una esperanza en vacío. El avanzar colegiadamente es, debe ser, una necesidad imperiosa.
Perseguimos
la calma con teorías y con prácticas, procurando avances sustanciales, o, por
lo menos, parciales. Intentamos que funcione la vida, que nos llegue y nos
llene con sus cartas no marcadas, de modo que se nos permita la jovialidad que
desde siempre fomentamos con propios y extraños en unos actos de hermandad
sincera.
No es sencilla la marcha. Lo sé. No hay más que ver la
existencia en global y experimentarla. La hoguera de las vanidades que nos
rodean nos imprime caracteres complejos y divinidades que nos distancian de
soluciones rápidas y entendibles. Tomemos nota. Lo superficial no es lo más
relevante.
Imagino, parafraseando a Picasso, que hay que estar
buscando permanentemente, por si damos con algo que nos pueda interesar. Nos
hemos de preparar con unas mentes y unos corazones que sepan escuchar el
pálpito de cuanto nos rodea. Hemos de estar prestos a interpretar lo que
sucede, tomando partido, disipando dudas, procurando avanzar en registros que
reparen los daños y que nos permitan disfrutar de cuanto tenemos.
Decía “El Principito” que, cuando tengamos dudas en
nuestras ansias de búsqueda, hemos de seguir el corazón. Éste se equivoca poco,
y, cuando lo hace, siempre se siente presidido por el mejor fin.
Sócrates insistía en que nos debemos conocer a
nosotros mismos, lo que se considera un paso previo en toda indagación. Primero
hemos de ser nosotros: debemos saber quiénes somos, lo que anhelamos, lo que
pretendemos. A continuación, y con idéntica fe, están los intereses
societarios.
Desarrollar
buenos hábitos
Fernández Ardanaz habla de los buenos hábitos, de
los hechos que nos diferencian en la especie, como testimonio de lo que
desarrollamos, de lo que somos capaces de hacer. La primera pugna que hay que
ganar es la interior. Refería San Agustín que el amor comienza por uno mismo,
casi siguiendo las indicaciones de Aristóteles, y con una visión cristiana que
ensalza el propio Santo Tomás de Aquino.
Es lógico que, en este momento de tránsito, estemos
buscando más que nunca, sobre todo porque los parámetros están mudándose,
porque las consignas son otras, porque nos recorremos entre soledades que no se
aplacan con las meras compañías. Hace falta algo más. Hemos de tener en cuenta
a los que nos rodean, sus intereses, sus necesidades, sus habilidades, lo que
precisan para ser y para alcanzar la dicha. Los valores andan consumidos y
trastocados con y por tanta premura.
La sociedad pretende, más que nunca, referencias con
las que mitigar miedos e inseguridades y avanzar en comandita. Nos recordaba el
conejito en “Alicia en el País de las Maravillas” que lo importante para hallar
la salida es saber dónde vamos. De todos los interrogantes que se nos formulan,
los mejor planteados, los que sabemos destacar convenientemente tienen, en sí
mismos, una parte de las respuestas. Después de todo, para poder ver hay que
querer hacerlo. Sea como fuere, la búsqueda es permanente. Es buena la
curiosidad, y es bueno que nuestro día a día sea de esta guisa, buscando,
siempre buscando.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario