Surge el amanecer con los motivos del eterno encuentro que
nos mantiene vivos. Hemos adecuado los discursos de la paz que nos alimenta con
regulaciones periódicas del ciclo existencial. Nos sentimos en paz. La calma
del entorno nos invade, y eso nos gusta. No hay mayor placer que no acopiar
preocupaciones.
Levantarse ligero de equipaje es un buen consejo, el mejor,
que contribuye a que andemos más rápidos incluso cuando no tenemos prisa. Hemos
de abrazar, de buena mañana, esas vibraciones positivas que nos devuelven a los
puntos donde todo tiene sentido y alberga indicación para proseguir adelante.
Los hechos recientes deben servir, desde esta perspectiva,
para no repetir errores, y, fundamentalmente, para enmendar aquellos que nos
puedan golpear en demasía. Sosegarnos no ha de ser una pretensión: debe
exprimirse como una señal de vida, pues sólo de esta guisa, con tranquilidad,
se justifican los días. No hay explicación posible ante las derrotas y los
combates reiterados en nuestro devenir cotidiano. No conducen a ninguna parte
sana y salva.
Es verdad que cada aurora es un brindis a la vida, que
hemos de interpretar como un regalo. Cada segundo es un presente. Por eso
llamamos así a lo actual. Las figuraciones y las tempestades de las pesadillas,
algunas de ellas reales, nos deforman y afligen, convirtiendo la rueda de cada
jornada en un sacrificio sin beneficios. Lo sabemos, pero a menudo caemos en
esa espiral que no admite misericordias.
Oteo, de nuevo, como cada 24 horas, esos rayos de esperanza
que siempre vienen con los primeros escarceos del día, que nos distraen con sus
opciones, menudas o grandes, siempre prestas a las oportunidades más
singulares. Adivino los trances por los que podría pasar, ocurran o no, y me río
pensando que todo puede mejorar, aunque no acontezca.
Una constante sorpresa
La vida, en el mejor sentido, y en el peor, es una partida,
un juego, una sorpresa. El que las cosas estén en liza penden de nosotros, esto
es, de si queremos aprovecharlas.
En el recomienzo de la vida, que así interpreto el alba, me
planteo repetirme que estoy feliz de hallarme y de notarme dinámico y presto
para aprender y compartir. Es mucha suerte estar aquí, tenernos, sernos,
amarnos, comunicarnos, rozarnos, expresarnos, poseer una oportunidad más...
A cambio hemos de corresponder con gracia y soltura. No
hacerlo es una falta inexplicable e imperdonable. Por ello la constante ha de
ser animarnos, y en ella continuaremos. De momento nos tomaremos ese café tan
apetitoso que nos aguarda y nos pondremos a empaparnos de la Humanidad entera.
¡Vamos!
Juan TOMÁS FRUTOS.
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