Uno
aprende cada día. Es una de las muestras que nos hacen sentirnos vivos. Uno de
los conceptos que siempre he manejado (y la experiencia lo avala) es que todo
es relativo. No hay, afortunadamente, valores absolutos. De haberlos, son
pocos. Hay matices entre el negro y el blanco, y, por supuesto, multitud de
colores para avanzar. Dentro de ese conocimiento profundo, hondo, que he ido
adquiriendo está el del mundo taurino.
Es cierto que hay universos que se mueven en
tópicos, en estereotipos, y éste, en el plano al menos de la difusión a través
de los medios, recorre puntos no siempre palpados. Me ha sorprendido saber en
los últimos tiempos que hay 17.000
fiestas relacionadas con los toros. Es una cifra ingente, que se superpone
y complementa con la labor de las numerosas entidades en defensa de estas
ceremonias ancestrales. Es el caso de la Fundación del Toro.
Hay, además, unos 10.000 profesionales que viven en torno a este cosmos. Si
contabilizamos las peñas, las
precisamos en más de 4.000: cimentan
un sustrato de futuro en un momento en que las presencias mediáticas,
repetimos, son pequeñas, cada vez menores.
También llama la atención que el perfil de las gentes que acuden a los
espectáculos taurinos, o bien participan en ellos, es joven, con menos de 40 años. Ello ha creado una
textura que otorga fortuna y desarrollo a un universo de expertos no solo ante
este hecho. Se dice, y es verdad, que hay un ingente conjunto de personas
cultas que gustan de este arte que, seguramente, necesita una evolución para
ser entendido y atendido.
Los números no lo son todo. El toro es pasión, y, como tal sentimiento, hay que nutrirlo.
Juan
Tomás Frutos.
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