viernes, 27 de marzo de 2009

El mensajero y su mensaje

Me gusta que los compañeros de la profesión me cuenten cómo les trata la vida en su quehacer diario. Lo malo es que me llegan cuestiones que me asombran, que me siguen asombrando, por muy conocidas que ya sean. Las situaciones que de vez en cuando me describen nos hacen palpar una profesión con inquietantes penurias. Les cuento la última. Me escribe una colega una carta que me llena de tristeza por varios motivos: primero, porque lo que dice ocurre con excesiva frecuencia; segundo, porque la bella profesión de periodista no está en su mejor momento (algo que conocemos), y lo vemos con cientos de ejemplos; y tercero, porque me da testimonio de una situación en la que el profesional de la información es objeto de rechazo, de boicot, de censura o de reproches en el ejercicio de su loable labor de servicio público, de dedicación plena a la sociedad.

Trabaja, esta compañera, en una tele, pero podría ser en un periódico, en una radio, en un portal de Internet, o bien podría tratarse de un “freelance” o de una persona cercana al mundo de los medios. No es mi intención, ahora, la de definir las funciones y condiciones laborales de la profesión, muy variopintas ellas. Eso será en otra oportunidad.

El punto de hoy es el rechazo que generamos en algunas fuentes de información, en algunos protagonistas, porque a éstos no les gustan las siglas a las que representamos, porque, en pocas palabras, no les placen las empresas periodísticas en las que laboramos. Y, por ello, y porque hay una mala costumbre que no hemos cortado por lo sano, se nos envalentonan y nos dicen que no colaborarán con nosotros en el ejercicio de nuestra labor, o incluso, como es el caso que me refiere mi colega, les califican en negativo y les mandan con la música a otra parte. Es decir, cuando no gustan los planteamientos informativos-empresariales de nuestras sociedades, nosotros, los mensajeros, los que hacemos nuestra labor de la manera mejor que podemos, pagamos los platos rotos. No, y no.

Y claro, cuando no nos quieren, cuando no nos reciben, cuando nos dicen que hasta otra, o hasta la próxima, nos vamos. Recordemos que, con independencia del menester que ejerza cada cual, del que desarrolle cada empresa, nadie puede impedir que un periodista ejerza su labor, salvo los que deben velar por el cumplimiento de las leyes, cuando éstas no se cumplan. Todos estamos bajo el paraguas de la normativa vigente, para lo bueno y para lo malo. Si no actuamos bien, que sea la ley la que nos prive de un ejercicio profesional o la que nos imponga una sanción, la que corresponda.

Diversas visiones de la vida

Lo que ocurre es que se confunde, y quizá muy a menudo, al mensajero con los mensajes, y, cuando éstos no gustan, se rechaza al mensajero portador de los contenidos que fueren. Han de saber los que promueven estas actitudes o las que las toleran con sus silencios, que hacen mal, que dejan que se tambalee uno de los sustentos de la democracia, esto es, la libertad de información. Además, conviene que algunos piensen que todos tenemos derecho a mostrar nuestras peculiares visiones de la vida, y, si me apuran, creo que todos tenemos derecho hasta a equivocarnos. Eso sí, hemos de evitar negligencias, malas intenciones o hastíos consentidos. Nos equivocamos de vez en cuando, o muy recurrentemente, porque somos humanos. Si no existiera el riesgo del error, si no lo aceptáramos, no habría atrevimiento para esos cambios que toda sociedad precisa.

Estamos en pleno siglo XXI, y debemos ser coherentes con aquello que decimos. Todos debemos arrimar el hombro y acercarnos más firmemente a la defensa de un bien tan preciado como es la información, que es, y conviene resaltarlo, de todos.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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