viernes, 27 de marzo de 2009

La lógica ante los excesos

Estamos en la era de la abundancia, del exceso, de la opulencia incluso. Nos hallamos ante un universo mediático repleto de sentidos, de sentimientos y de sensaciones también, que todo es parecido, pero no idéntico. Pensemos en el valor de las palabras, en su significado. La función fática de cualquier sistema comunicativo es lo primero y primario que se produce en los contactos diarios que ejercemos o que recibimos. En Internet, este fin se da, como experimentamos, de una manera extraordinaria. No hay parangón, evidentemente, con otros modelos de comunicación. En éste, en Internet, todo es mucho mayor, más descomunal.

Las intenciones, existan o no, palpables o no, cercanas o no, están ahí, y se pueden vislumbrar a poco que lo intentemos. Miles de “e-mails” nos llegan cotidianamente, así como son cientos de páginas las que, con una cierta periodicidad, leemos o abordamos más o menos extensamente cada día. Ello es una auténtica revolución en lo informativo, en lo profesional, en lo personal, y, fundamentalmente, en lo social.

Con Internet nos sentimos cerca o lejos de personas, según se trate, de realidades, de desafíos, de éxitos, de esos seres anónimos a los que amamos tanto, de esos textos que nos impresionan, de nuestras propias letras, que nos parecen realidades con sus entidades e idiosincrasias… Buceamos en el saber, con el entusiasmo por el aprendizaje, y nos embarcamos en la más grande aventura histórica y geográfica de los últimos cinco mil años. Aquí, sobre todo, se siente, se percibe por los resultados, como dice la Teoría Conductista o Behaviourista de la Comunicación. Esto es Internet.

La “gran red de redes” nos oferta películas, libros, poemas, obras de teatro, pintura, urbanismo… Hay todo un sinfín de posibilidades para el entretenimiento, para aprender en paralelo, para tener más opciones de conocimiento, para averiguar lo más recóndito. Además, parece no detenerse en sus posibilidades, difíciles de cuantificar. Vemos lo que piensan otros, sus intimidades, sus logros, sus apreciaciones, sus calladas respuestas, sus reflexiones en una soledad compartida, etc.

Evitar diferencias

El problema es la brecha que se está produciendo entre ricos y pobres, entre poseedores del conocimiento y de la economía y marginados, entre los que tienen y los que no, entre los que saben y los que no conocen cuáles podrían ser sus aspiraciones. Hemos de corregir, como sea, esos desniveles, que son discriminadores y un malvado espejismo de la realidad que debemos perseguir.

Entretanto, el crecimiento exponencial sigue, y también la sobreabundancia de informaciones de toda índole y contenido. ¡Cuántos mensajes de ternura, de empatía con determinadas realidades nos llegan por Internet! Son muchos. Para los que tenemos la oportunidad de adaptarnos a este nuevo medio, el contexto de este instrumento comunicativo es mucho más comprensible.

En Internet queda mucho, diría que casi todo, por hacer, por interpretar, por analizar y por valorar. Es un fenómeno que, tras una década prodigiosa y maravillosa, todavía está por explotar. Apenas hemos visto una parte del gran “iceberg”. El valor humano es, ante todo, esa porción que aún queda, aunque nos parezca lo contrario, por explorar. No permanezcamos en la superficie de algunos tipos de relaciones o de comunicaciones.
La rapidez con la que hemos caminado en esta materia en los últimos años no debe entorpecer la mirada sobre el gran bosque de verde esperanza de lo que está por acaecer en la mejor y más optimista de las perspectivas. Sin duda, así debe ser. Apliquemos el sentido común.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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