viernes, 27 de marzo de 2009

Los déficits comunicativos contemporáneos

Convendría, en toda esta locura en la que nos encontramos como sociedad, que reflexionáramos de vez en cuando acerca de la labor periodística que ejercemos un día y otro también. La búsqueda desenfrenada de un supuesto atractivo en lo informativo, en lo social, en lo económico, en lo truculento igualmente (por qué no decirlo), amén de otros órdenes (o desórdenes), nos lleva a exprimir las noticias y los eventos que acontecen en la “rue del Mairena machadiano” hasta el punto de que atropellamos deseos, ficciones, sueños, carencias, posibilidades e incluso los mismos dramas a los que la vida nos condena y que, como mínimo, hemos de poder llorar en condiciones.

Pese a los años de profesión, uno no termina de entender que le preguntemos a una familia rota por el azar, por el destino, por un accidente, por un descuido, por lo que fuere…, no acabo de comprender, me digo, subrayo, que preguntemos a un padre, a una madre, a un abuelo, a un hermano, a un primo, a un tío, a un convecino del alma, aquello tan manido de qué se siente cuando una pérdida es tan irreparable. La soledad de los vivos merece un respeto. Hasta los viejos Ejércitos, con sus reglas no escritas, sabían que había que conceder treguas para llorar a los muertos, para retirarlos, para despedirlos con dignidad, para intentar ponernos en ese difícil equilibrio con la vida que es la vida misma, siempre en tránsito, como el río que refería el poeta.

Uno contempla en los medios, sobre todo en los audiovisuales, los dramas cotidianos, y el mundo parece enloquecer aún más. Mucha gente, demasiada, llora delante de las cámaras. Mucha gente, demasiada, se ahoga en todos los sentidos ante una pantalla, la del espectador que, sin saberlo, se pervierte, al desconocer él, o ella, lo que la Naturaleza no olvida.

Miro, leo y escucho unos medios y otros, y me quedo perplejo ante algunos espacios, de cuyo nombre y circunstancias no quiero acordarme, y pienso, como el artista, aquello de ¡qué solos se quedan los vivos!, a los que, seguramente, les gustaría llorar, de verdad, solos, o con los suyos, con los suyos vivos, también solos, con aquellos que saben entender que todos valen para enterrar a un muerto excepto los sepultureros, como dijo Borges. Quizá a la sociedad no le guste, o no sepa, enterrar algunas cosas con la dignidad que merecen. Debe ser fruto del estado de confusión de la vida, como señala Encarna Belluga. En paralelo, Black indicó que cuesta desprenderse de lo que más amamos. Eso se entiende. Lo que hacemos a menudo no se comprende tanto.

Por favor, dejemos que los afligidos lloren solos, con ellos mismos, con los suyos, con los que se saben en una empatía silente. Permitamos, sí, por favor, que experimenten esos duros trances como deben. Seguro que todos nos sentiremos más aliviados. Será así por muchos motivos, que también hemos de guardar.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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