miércoles, 25 de marzo de 2009

A propósito de Dios

Dice una leyenda urbana que aspira a ser popular a través de su disposición en autobuses que “probablemente no hay Dios. Así que deja de preocuparte y disfruta la vida”. Supongo que lo prioritario no es ver quién organiza esta campaña, sino lo que hay detrás.

El “carpe diem”, el “tempus fugit”, esto es, el aprovecha los días, el cosecha cada jornada, el tiempo huye, el tiempo vuela, son conceptos, ideas, frases repetidas desde hace siglos y que vienen a demostrar que lo mejor es ser felices a toda costa, sin ambigüedades y sin más preocupaciones, aunque a menudo, eso sí, nos esforcemos en lo contrario.

Conviene añadir que hay que ser dichosos sin hacer daño a nadie, ayudando, demostrando que juntos, con bondad, llegaremos mucho más lejos que abortando iniciativas y actividades solidarias de los demás.

Pensar que la alegría y la felicidad se consiguen solo pensando en el día a día y disfrutando a tope, sin mirar nada más, nos puede alejar de la verdadera imagen que hemos de tener de lo humano, que claramente nunca podrá entender la dicha propia sin la ajena. No podemos ni siquiera considerar el estar contentos, si no lo están los demás.

Cuatro quintas partes de la Humanidad pasan algún tipo de fatiga inicialmente evitable, como son las enormes calamidades que ocasionan las guerras, las pandemias y el hambre: en esta tesitura no es posible pensar en la felicidad propia. Algo falla, si no contemplamos la realidad de los que padecen.

Y pensar que no hay Dios cuando nos sigue queriendo de algún modo, seguramente incomprensible, a pesar de los conflictos permanentes que toleramos, de las guerras fratricidas, de las producciones de armas para aniquilar a miles de cientos de mundos, de las contaminaciones que proferimos a mar, tierra y aire, de las hambrunas que permitimos, etc., pensar, digo, que no hay Dios, es mucho pensar. Yo sí lo veo en los ojos de quienes padecen, de los niños, de los marginados, de los pobres de la Tierra, de los que miran con el corazón, de los que perdonan, de los que andan buscando el bien, de los que ayudan y se entregan con lo poco que tienen… Lo veo cada día, y por eso, pese a todo, sigo estando orgulloso de llamar hermanos y hermanas a la mayoría de mis conciudadanos y conciudadanas. Sigo estando apegado a la maravilla de sus corazones contradictorios.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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